La colonia Palo Alto, ubicada en la Ciudad de México, es un ejemplo notable de organización obrera y resistencia comunitaria frente a la presión inmobiliaria. Fundada en los años cuarenta por jornaleros michoacanos que trabajaban en las minas de arena de la zona, esta comunidad ha enfrentado numerosos desafíos a lo largo de su historia.
En 1972, los habitantes de Palo Alto establecieron la primera cooperativa de vivienda en México, adquiriendo 4.6 hectáreas de terreno para construir sus hogares. Este logro fue posible gracias a la unión y esfuerzo colectivo de sus miembros, quienes, a pesar de las adversidades, levantaron un barrio con infraestructura básica, incluyendo luz, agua, escuelas y servicios comunitarios.
Sin embargo, el crecimiento urbano desmedido y la expansión de desarrollos lujosos como Santa Fe rodearon a Palo Alto, convirtiéndola en un enclave codiciado por desarrolladores inmobiliarios. Las ofertas millonarias para adquirir las propiedades generaron divisiones internas entre los vecinos: algunos veían en la venta una oportunidad económica, mientras que otros defendían el legado y la unidad de la cooperativa.
Esta tensión derivó en un prolongado conflicto legal que ha perdurado por casi tres décadas, fragmentando a la comunidad y debilitando la cohesión que alguna vez fue su fortaleza. A pesar de las disputas, muchos residentes, como Felipa María Vázquez, una de las fundadoras de la cooperativa, se mantienen firmes en su decisión de no vender, valorando el esfuerzo y sacrificio invertidos en la construcción de su hogar y comunidad.
La historia de Palo Alto refleja la lucha de las comunidades obreras por preservar su identidad y resistir ante la especulación inmobiliaria que amenaza con despojarlas de sus espacios construidos con esfuerzo y solidaridad. La experiencia de esta colonia ofrece lecciones valiosas sobre la importancia de la organización comunitaria y la defensa del derecho a la vivienda digna en un entorno urbano en constante transformación.